domingo, 16 de septiembre de 2012

.liturgia.


Yo no soy rescatista de pensamientos alegres. Justamente seria bastante opuesta la definición de mi temperamento. Pesimista.

Una misa, pasar un rato a ver, entrar, sentarme en la segunda fila, justo detrás de tres fanáticas.

LAS TRES FANATICAS. Cantando al son de música para mi desconocida. Alabando con los brazos extendidos al cielo, o mejor dicho a un techo alto dibujado, gastado.  Ellas, señoras mayores mueven sus caderas y levantan la mano ni bien se requiere un voluntario. Piel de gallina. Un farol con una llama que representa a Cristo y solo se apaga en semana santa cuando el muere.

Un mosquito pica durante largo rato a la fanática numero uno. No le aviso, si es el lugar adecuado para que los mosquitos vayan a alimentarse. Buenos samaritanos





Descubro a LA CUARTA FANATICA, una mujer joven. Menos de treinta años. Las manos puestas una sobre la otra formando un cuenco o algo así para recibir energías divinas seguramente, con los ojos cerrados, apretados, como queriendo mirar para adentro de su cuerpo o de su alma o tratando de esconderse del mundo real, mutar, desaparecer cual maquina del tiempo y reencarnar en la virgen María para justificar su castidad con la llegada del fruto adorado.


Frente a mi hay una imagen de San Miguel Arcángel  (Patrono de los artistas; personal de emergencia médica; paramédicos; radiólogos; radioterapeutas; oficiales de policía; fuerzas de seguridad; guardias de seguridad; soldados; paracaidistas; marineros; enfermos; personas en trance de muerte; esgrima; verduleros; tenderos; panaderos; fabricantes de sombreros; caballeros; fabricantes de espadas. Protector contra los peligros del mar y en las batallas.
Se lo invoca en las tentaciones y para pedir una santa muerte.)  San Miguel arcángel aplastando la cabeza de Lucifer, del enemigo infernal para salvar el reino, supongo. No puedo dejar de mirar esa imagen y la belleza de sus rostros tallados.

Hasta que presto atención al discurso del sacerdote y escucho sobre varias muertes y enfermedades graves ocurridas a gente de su comunidad, de su escuela, alumnos, profesores, devotos. La muerte de un joven me pone la piel de gallina, la muerte y la enfermedad de quien sea me lleno los ojos de lagrimas y acto seguido los concurrentes cantando sobre la felicidad que nos da el señor en la vida y en la muerte. Un ritmo alegre, aplausos acompañando, por inercia me uno y miro mis manos que duelen de tanto aplaudir, ahí noto mis muñecas sangrantes. Los estigmas, pienso en la sangre chorreando de la corona de espinas, a mi me salva el amor de mi madre, a mi no me salva dios ni Jesús ni la virgen María, a mi me parió mi madre y ella me salva cada vez que la miro. El saco nuevo por suerte no se mancho, la sangre se evapora en un humo rojizo que se funde con la luz mas blanca que vi desde que decidí vivir en las penumbras. Son más suaves, alivian la vista y las cefaleas.

A la fanática numero uno se le cae un blister de pastillas vacío, demasiado grandes para ser psicofármacos de acción rápida, aun vacío ella lo levanta en un acto veloz, no sea cosa de manchar la pulcritud del templo con plástico o alguna partícula de droga.

El señor este con ustedes… y con tu espíritu. Lo dije también por inercia pero la voz no me salía, solo un hilo de aire. Y con tu espíritu parece que se fuera el último racimo de mis pulmones.
Padre nuestro cantado, el beso de la paz a los mas cercanos (en ese momento tengo miedo que alguna de ellas me salte al cuello y me muerda, contagiándome su devoción), el momento de la hostia, el vino, los pecados. Amen.

La fanática numero dos mientras todos cantan, se detiene a toser, tose sangre pero a nadie le importa, no es la sangre de cristo, así que no importa. Afortunadamente se mejora, o dejo de mirarla yo también
.
Empiezo a marearme, seguramente por este ritual de una hora, esa energía contenida, el discurso de la vida y la muerte, el discurso que jamás se cumple  porque no se dice con palabras entendibles. El mareo sigue. Mejor me siento en el banco de madera. Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

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