Yo no soy
rescatista de pensamientos alegres. Justamente seria bastante opuesta la
definición de mi temperamento. Pesimista.
Una misa,
pasar un rato a ver, entrar, sentarme en la segunda fila, justo detrás de tres fanáticas.
LAS TRES
FANATICAS. Cantando al son de música para mi desconocida. Alabando con los
brazos extendidos al cielo, o mejor dicho a un techo alto dibujado, gastado. Ellas, señoras mayores mueven sus caderas y
levantan la mano ni bien se requiere un voluntario. Piel de gallina. Un farol
con una llama que representa a Cristo y solo se apaga en semana santa cuando el
muere.
Un mosquito pica durante largo rato a la fanática numero
uno. No le aviso, si es el lugar adecuado para que los mosquitos vayan a
alimentarse. Buenos samaritanos
Descubro
a LA CUARTA FANATICA ,
una mujer joven. Menos de treinta años. Las manos puestas una sobre la otra
formando un cuenco o algo así para recibir energías divinas seguramente, con
los ojos cerrados, apretados, como queriendo mirar para adentro de su cuerpo o
de su alma o tratando de esconderse del mundo real, mutar, desaparecer cual
maquina del tiempo y reencarnar en la virgen María para justificar su castidad
con la llegada del fruto adorado.
Frente a
mi hay una imagen de San Miguel Arcángel
(Patrono
de los artistas; personal de emergencia médica; paramédicos; radiólogos;
radioterapeutas; oficiales de policía; fuerzas de seguridad; guardias de
seguridad; soldados; paracaidistas; marineros; enfermos; personas en trance de
muerte; esgrima; verduleros; tenderos; panaderos; fabricantes de sombreros;
caballeros; fabricantes de espadas. Protector contra los peligros del mar y en
las batallas.
Se lo invoca en las tentaciones y para pedir una
santa muerte.) San Miguel arcángel
aplastando la cabeza de Lucifer, del enemigo infernal para salvar el reino,
supongo. No puedo dejar de mirar esa imagen y la belleza de sus rostros
tallados.
Hasta que presto atención al discurso del sacerdote y
escucho sobre varias muertes y enfermedades graves ocurridas a gente de su comunidad,
de su escuela, alumnos, profesores, devotos. La muerte de un joven me pone la
piel de gallina, la muerte y la enfermedad de quien sea me lleno los ojos de
lagrimas y acto seguido los concurrentes cantando sobre la felicidad que nos da
el señor en la vida y en la muerte. Un ritmo alegre, aplausos acompañando, por
inercia me uno y miro mis manos que duelen de tanto aplaudir, ahí noto mis
muñecas sangrantes. Los estigmas, pienso en la sangre chorreando de la corona
de espinas, a mi me salva el amor de mi madre, a mi no me salva dios ni Jesús
ni la virgen María, a mi me parió mi madre y ella me salva cada vez que la
miro. El saco nuevo por suerte no se mancho, la sangre se evapora en un humo
rojizo que se funde con la luz mas blanca que vi desde que decidí vivir en las
penumbras. Son más suaves, alivian la vista y las cefaleas.
A la fanática numero uno se le cae un blister de pastillas
vacío, demasiado grandes para ser psicofármacos de acción rápida, aun vacío
ella lo levanta en un acto veloz, no sea cosa de manchar la pulcritud del
templo con plástico o alguna partícula de droga.
El señor este con
ustedes… y con tu espíritu. Lo dije también por inercia pero
la voz no me salía, solo un hilo de aire. Y con tu espíritu parece que se fuera
el último racimo de mis pulmones.
Padre nuestro cantado, el beso de la paz a los mas
cercanos (en ese momento tengo miedo que alguna de ellas me salte al cuello y
me muerda, contagiándome su devoción), el momento de la hostia, el vino, los
pecados. Amen.
La fanática numero dos mientras todos cantan, se detiene a
toser, tose sangre pero a nadie le importa, no es la sangre de cristo, así que
no importa. Afortunadamente se mejora, o dejo de mirarla yo también
.
Empiezo a marearme, seguramente por este ritual de una
hora, esa energía contenida, el discurso de la vida y la muerte, el discurso
que jamás se cumple porque no se dice
con palabras entendibles. El mareo sigue. Mejor me siento en el banco de
madera. Señor, yo no soy digno de que
entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
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